El Círculo Cultural Faroni cumple 15 años. Como bagaje literario, dos libros publicados con Tusquets y unos archivos donde guarda tres mil relatos hiperbreves. En esta institución de las Letras casi todo tiene números: el primer volumen se llamó Quince líneas , los premios astronómicamente millonarios se concedieron en la moneda de países en quiebra, como 5 en dinares, 50 en marcos de Weimar o 10 en zaires, llegamos a premiar con 50.000 pesetas en libros y, en la ultima edición, el galardonado se llevó 15 botellas de anís. Con esta carta de presentación, ¿quién podría fiarse de estos sujetos?
El Círculo nació en El Escorial, en el cafetín Croché; no acudan al lugar en busca de pruebas, ni los mismos dueños saben que fue allí. Era el año 1992. El I Premio de Relatos Hiperbreves se gestó en las Cuevas de Sésamo, junto al JB que nos ponía Valeriano y los dedos zigzagueantes del maestro de mandíbula inquieta en el piano. Los incentivos en metálico consistían en monedas devaluadas, procedentes de un rastrillo de Bruselas; cada billete no debería costar más de 100 francos belgas (unas 400 pesetas), zaires, dinares...
Gracias al listín de teléfonos de Madrid, buscando por la letra L, contacté con Luis Landero para presentarle el Círculo. Le conté nuestra aspiración: «hemos fundado el Círculo Cultural Faroni, le envío Manifiesto y Fines». La primera cita con él fue en la plaza de Oriente, en el café del mismo nombre, junto al vicepresidente y el jefe de protocolo. Reía Landero cuando le propusimos nombrarlo Ujier-Presidente de la institución. Fuimos esa misma tarde a la Escuela de Arte Dramático, donde impartía clases, y con él estuvimos recorriendo los mundos invisibles de Italo, el sótano de Borges, el profundo dolor de Kafka.
Los jueves nos reuníamos en una tertulia-cena en la taberna La Cruzada; allí, encima de nuestra mesa, había un baldosín de cerámica de Talavera que decía: «En este rincón que Arturo bendice, fábula con la venia de Luis Landero el Círculo cultura Faroni». «Faroni es la brisa mágica de un ideal de oro.» Cada noche, muy cerca de nuestra mesa, el maestro José Sacristán repasaba los papeles del día con una faria y con una copita de Chichón. No busquen la taberna, solo queda el nombre. Los recuerdos, como el plato con la «F» y la placa, desaparecieron en la ultima remodelación.
Quisimos celebrar y dar el premio de nuestro concurso un 28 de diciembre, en homenaje a los inocentes de la literatura. Dacio Gil, nuestro inspirador, era, al fin y al cabo, un discípulo tardío de otro gigante y gran inocente. Nos reunimos cantantes de ópera, cuentistas, rancheristas y, presidiendo el jurado, un cartel con tres matadores de toros: Gregorio Olías «Faroni», Luis Landero y Dacio Gil. Pasaron cuatro años, y fiestas, y relatos. Queríamos hacer un libro, autoeditado y pagado por nosotros; queríamos difundir, como editores, aquellas ficciones en estado de sueño. Ya estaba todo a punto. El destino me llevó a Barcelona y, con la carpeta donde guardaba los textos bajo el brazo, visité a la editora Beatriz de Moura y le deje nuestro testigo literario. A las pocas semanas decían que sí a la edición. Corría el año 1996. Cartas solicitando autorización a Buenos Aires, Vinaroz, La Habana y Nueva York; relatos de Bruselas, Yeste, Cartagena, Calera y Chozas… El mundo en quince líneas.
La portada fue obra del hijo del tabernero de La Cruzada —Arturo hijo, para entendernos—: un mayordomo portando una bandeja con una bola del mundo; así veía él nuestra quimera de servicio publico, casi anticipándonos a la globalización. Constituimos los premios «F» a los productos o establecimientos recomendados por el Círculo: azafrán Viuda e Hijos de Toledo, en la Mancha profunda de Motilla del Palancar; anís Machaquito, en la Córdoba de mis amores; el Centro Cerámico de Talavera, infancia de rodilleras y pasodobles; la taberna La Cruzada, tantas noches de vino joven y croquetas de la Toñi; la taberna Belmonte, de Valencia, con retrato al carboncillo del maestro Olmo.
En el año 1997, el secretario lector crea la pagina web del Círculo, allá por las lejanas tierras de Geocities, en un leftbank/parís de gratos recuerdos. Un navío con su bandera al viento daba identidad a esta institución, y en sus paginas recogíamos el manifiesto fundacional, los fines, los textos, una biografía de Landero y poco más. Un sitio confortable para escribir.
Nuestro prestigio fue creciendo, nos invitaban a Salones de Libros, conferencias, talleres de radio, revistas, emisoras. Nos escribieron a nombre del General Faroni, al Círculo Católico Faroni, al Gran Faroni, al Centro Óptico Faroni...; sin duda, direcciones tomadas al oído de la radio, o de un televisor en penumbra. Nos escribían amigos de todo los sitios. Querían montar delegaciones del Círculo en La Habana, en Buenos Aires, en Riopar (Albacete); escribían para que les instruyéramos en cómo hacerlo. Llamaban desde la Patagonia preguntando cuántos dólares eran cinco millones de zaires, o se interesaban por las obras de la sede social del Círculo, que alguno llegó a imaginar con columnas en la entrada y porteros con levita.
Amigos, buenísimos amigos en todo el país que se alegran de nuestras llamadas cuando caemos de visita por sus ciudades, citas a ciegas con Faronis de Valencia, enmascarados tras una careta que ponía: «Yo soy Faroni». Luther Blisset, dicen los italianos, antes que el jugador de fútbol, antes que el ideólogo antiglobalización, antes que el perturbador y agitador cultural de la red, antes que las huelgas del arte, antes que lo miles de ejemplares vendidos y astutamente promocionados, antes…
Quizás un humilde oficinista sin ilusiones, sin carisma, sin gancho, sin estímulo, había llegado con su hipnótica verdad, y había puesto el mundo en bandeja, arengando a su legión de activistas imaginarios en el café de las Letras, con la señorita Marilin, con lectores de un lugar fantástico y triste, había llegado con intención de dejarlo todo y marchar como sólo lo hacen los héroes, en generosa compañía, en abierta amistad, en sincero desdén, en privilegio de amigo. Del mismo modo que Juegos de la edad tardía , la novela que inspiró este Círculo y a cuyo creador, Luis Landero, le estaremos eternamente agradecidos.
por Nacho Fernández
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