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"Basura para dos" fernandez

Aquella noche no la olvidaremos. Nunca. 
 Entrega 3


 
—¿Le vale en esta acera? —Me sonaba tanto esa expresión. La echaba de menos.
—Sí, ¿qué le debo? —Le tendí uno de diez mil de un puñado de billetes.
—Joder, cómo está la peña. No tengo cambio, colega. Mira a ver si tienes suelto. —Era de esta ciudad.
Busqué hasta soltar lo que tenía.
—¿No te importa sacar la maleta?, si me bajo la van a armar. 

Llovía. Cerré la puerta. La plaza estaba ahí, donde siempre, pero no como siempre. Me resultaba desconocida, distante, aún no sabía por qué. El teatro, unos bancos y sus camellos. Subí a casa. En la entrada, junto a una lámina de Walesse Ting, un helecho en buen estado. Conecté el interruptor de la luz general y arrastré con los pies la maleta hasta el salón. Todo igual. Puse la calefacción. Encendí un cigarro y me senté en el sofá. 

Descalzo, quedé dormido.

 

CONTINUARA... 

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Entrega 2


 
El trayecto se ha hecho corto. La música suena como un single a 33 r.p.m., apago el Sony. Pido un zumo de manzana. Me despejo pasándome una toallita con olor a limón por la cara y voy al lavabo en tierra de nadie. Apuro la bebida. Por el altavoz nos dicen que hay 14 grados en Madrid.
—¿Qué haces, hijo? —me pregunta el exfumador, apretándose el nudo de la corbata de rayas azules y rojas.
—Vuelvo a casa —le respondo, al tiempo que coloco el asiento en posición vertical.
—¿A qué te dedicas? —pasaba la mano por su nariz, moviéndola de un lado a otro.
—Estuve un año viviendo allí.
—Yo soy de Colorado, espero ver a esos jodidos europeos, se dice así ahora ¿no? Mañana estaré en París comiéndome una docena de ostras —se rascaba la oreja.
—Estupendo —Me ajusté el cinturón.
—Muchacho, toma mi tarjeta, si alguna vez regresas, llámame. —Sin que me diera cuenta, como un mago, la sacó no sé de dónde y me la puso en el bolsillo de la camisa.
—Gracias. —Ni siquiera me molesté en ver su nombre, su cargo, ni su jodida empresa.
—Software industrial —añadió, en vista de que pasaba bastante de él.
—Buen viaje.
Cerré los ojos cuando las ruedas tocaban la pista y el paisaje corría. 

Barajas estaba en obras, como medio país. Levantado por los especuladores y las contratas, todo el mundo hacia agujeros, algunos hasta no pagaban comisión por romper el sueño de la gente día y noche. Llegué a la sala de equipaje. Esperamos treinta y cinco minutos. Cogí la maleta. Fui a la parada de taxis. «Plaza de Santa Ana esquina Nuñez de Arce». Hacía una tarde de las que me gustan, nublada, llovía con ganas, el tráfico era un caos, pero estaba aquí.

Camino de la avenida de América vi los primeros destellos de auténtica ciudad. La radio sonaba dando la situación de las próximas manifestaciones, cómo estrujar las calles para escapar, la temperatura, la hora y todas esas cosas que los malos locutores dicen cuando están escasos de recursos. Lo sabía muy bien, empecé haciendo radio, me despidieron por decir tantas veces eso mismo. 

Madrid no me sorprendió, la vi como la dejé, áspera, gris, ruidosa.


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Entrega 1 


fotografía FERVA2001


Cuando me largo, cerca de las doce, del barrio más próspero y tranquilo que jamás haya pisado, en la habitación no quedan muchas cosas, solo un par de libros, unas casetes por los suelos y un póster del capitán Furillo con algunos policías de Hill Street detrás de la puerta. Miro el cuarto por última vez. Cierro lentamente. Allí quedan los deseos, una mujer pelirroja casi desnuda con un hilo de saliva en la boca, unas bragas azul turquesa en la moqueta y un vídeo de Christy Canyon follándose a un paciente en la cama de un hospital. Bajo al vestíbulo, en la calle hay un taxi esperándome. Tiro las llaves al buzón. Corro la verja de madera. El sol de Santa Fe brilla como nunca. 

Albuquerque. San Luis. La terminal del aeropuerto y la maleta que avanza por la cinta a las tripas del avión. Próxima parada, Nueva York. Acabo de terminar la segunda bandeja de comida. Por la pequeña ventana, un paisaje amarillo y azul. 

Aeropuerto Kennedy, pasaporte de salida a Madrid, 8 horas de espera. He comprado unas chocolatinas. Miro los titulares de las revistas, me decido por una de vanguardia con portada roja y la última aventura de Moebius. 

Aquí hace frío. Autobuses metálicos trasladan gente al centro de la ciudad, conductores psicópatas se pierden por carreteras venas, cruzando puentes, túneles y descampados arenosos. Un gigantesco panel de horas con salidas y llegadas. El servicio de limpieza de la terminal abrillanta el suelo a ritmo de merengue. 

Vamos por la mitad del océano, grietas de agua y nubes. El día nos sigue. Empiezo a dormir recordando la otra noche en Short, pensando en las medias rotas de la mujer que dejé hace unas horas y en sus pantalones cortos de cuero negro. 

Entre sueños fotografío mi estancia aquí, y lo que me esperaba al llegar a Madrid. He pasado un año conociendo el país, recorriendo cientos de kilómetros por autopista. He tomado el peor café del mundo, dormido en moteles de cinco Estados y me han robado unas cuantas veces. Aun así lo haría de nuevo. 

Oigo en el walkman canciones de Van Morrison. Acabo con la cabeza hundida en el asiento de un tipo gordo, que no deja de mascar chicle, «porque hace dos semanas que no fumo y la mierda de pastillas que estoy tomando me provocan ansiedad». «Lo sé», le digo mientras nos abrochamos el cinturón. 


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"Basura para Dos"

"Basura para Dos"
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